lunes, 8 de julio de 2013

Crecen las denuncias de abuso sexual infantil: en la ciudad hay un promedio de casi una por día. Advierten que no hay prevención y que las escuelas deben enseñar educación sexual desde otra óptica.

Todo empieza con un secreto. El chico lo guarda porque respeta la autoridad de su cómplice. De eso no habla con nadie, en ningún lado. Nunca. Como si tuviera los labios sellados. Hasta que un día pueden pasar meses, años e incluso décadas toma conciencia y lo cuenta. Recién entonces surge la posibilidad de denunciarlo.

En la última década se fue haciendo cada vez menos traumático dar ese último y decisivo paso. Tanto que en Mar del Plata las denuncias de abuso sexual infantil se multiplicaron: la Comisaría de la Mujer recibe casi una por día.

Los casos suelen ser escalofriantes. Hace un tiempo, uno de los centros de tratamiento de la ciudad recibió el de una nena de 9 años que en la sala de espera no paraba de jugar. Era una niña sonriente, como cualquier otra, pero guardaba un secreto aterrador: desde hacía tres años la obligaban a mantener relaciones sexuales.

En las organizaciones que trabajan con los chicos y adolescentes abusados coinciden en que el tema se volvió más visible. Pero aclaran que eso no significa que haya más casos que antes: solo que ahora es más fácil llegar a hablarlo, y que muchas jóvenes se animan a relatar lo que les pasó cuando eran chicas.

Como dice la licenciada en Psicología Patricia Gordon, presidenta de la organización no gubernamental En Red, el objetivo del abuso es el sometimiento. "El abusador no concreta su acto en busca de una descarga sexual, tampoco porque sea ignorante o porque esté alcoholizado. Lo que ocurre es puro sometimiento", afirma.

Se trata de una decisión premeditada. Es decir que el que la realiza es consciente de lo que está haciendo. "No es un enfermo, como se dice muchas veces. Los que tienen trastornos psiquiátricos no necesariamente tienen que abusar de un niño. Para averiguarlo no tenemos más que ir a un hospital psiquiátrico", agrega Gordon.

La ONG que preside está formada por un equipo transdisciplinario que aborda el abuso desde la psicología, la psicología social, la psicopedagogía, el derecho y la docencia. "Realizamos un tratamiento que consta de diferentes fases. Por un lado, recibimos pedidos de atención desde distintos espacios. Muchas veces hay derivaciones que nos hacen desde organismos municipales, otras ONG, movimientos sociales, la Comisaría de la Mujer y el poder judicial. Pero también tenemos demanda espontánea", cuenta.

El equipo realiza una evaluación ante la sospecha de abuso sexual y establece un posible tratamiento. "En los casos que lo requieren, realizamos un acompañamiento terapéutico y un trabajo de territorio, porque muchas veces es necesario ver a una persona en su casa para observar los vínculos familiares y conocer el contexto en el que vive", comenta Gordon.

El abuso se produce, generalmente, en un ámbito familiar. De los casos que atendió En Red en los últimos 11 meses ?de las 100 consultas que recibió, más de 50 fueron por abuso sexual, en el 78 por ciento estaban involucrados familiares directos como el padre, el cónyuge de la madre o los tíos, y sólo el 22 por ciento ocurrieron en ámbitos públicos, como la escuela o la calle.

Falta prevención

La licenciada en Servicio Social Alicia Echarri, presidenta de la ONG Asistencia al Niño Abusado (ANA), está preocupada porque "nadie hace prevención". A su entender, cuesta instalar en las escuelas la educación sexual. Y si enseñan lo hacen desde un enfoque exclusivamente biologicista, empezando por el óvulo y el espermatozoide.

Echarri lamenta que no se tenga en cuenta el afecto. "¿Qué pasa con el respeto por el otro, con las necesidades del otro?. Tendría que hacerse hincapié en esto", advierte.

A su entender, es fundamental que los padres tengan en cuenta que sus hijos tienen sexualidad. "Si el chico tiene siete años, no hay que llevarlo más a la cama a dormir. Hay que respetar la intimidad de cada uno, los límites de los cuerpos, las sensaciones", recomienda, y dice que es natural que una niña vaya de la mano con el compañerito que más le gusta.

El abuso se puede prevenir porque el que comete el acto suele preparar el terreno. "Empieza a tocar al chiquito cuando tiene 3 para tener relaciones cuando tenga 9", ejemplifica Echarri, y precisa que las niñas y las prepúberes son las que más lo sufren.

Por un convenio con el Ministerio de Desarrollo Social de la provincia, a ANA llegan los casos derivados de la Comisaría de la Mujer para el tratamiento de las víctimas. "Trabajamos en la reparación del daño. Les decimos que no vienen a hablar del abuso, sino que vienen por una situación que les genera un malestar y tienen que trabajar para repararla. Eso implica que el familiar acompañe, que no culpe a la víctima", describe Echarri.

En la ONG trabajan nueve personas: cinco psicólogas, tres trabajadoras sociales y un abogado. Las psicólogas trabajan con la víctima, las trabajadoras sociales con la familia y el abogado asesora sobre el caso. El año pasado tuvieron un total de 144 intervenciones. La diferencia con hace una década es notable: "La Fiscalía de Delitos contra la Integridad Sexual que funcionó entre 2002 y 2003? tuvo poco más de veinte denuncias".

Romina Llobet, oficial principal que se desempeña en la Comisaría de la Mujer, confirma que cada vez les llegan más casos: "Antes había más temor o desconocimiento, por eso no se denunciaba. Pero el abuso sexual infantil se produce mucho más de lo que uno cree. Ahora estamos en cerca de una denuncia por día".

Las denuncias son realizadas, en la mayoría de los casos, por la madre del chico abusado o los directores de los colegios a los que asisten. "Empiezan a notar cambios de conducta: los notan más retraídos o más tristes", cuenta Llobet.

Buena parte de los casos desembocan para su tratamiento en la municipalidad. La Dirección de la Niñez y Juventud, a cargo de Adrián Lofiego, cuenta con 11 Centros de Protección de los Derechos de la Niñez en distintos barrios ?cada uno tiene su grupo interdisciplinario y un Equipo de Atención a la Niñez en Situación de Riesgo que funciona las 24 horas los 365 días del año. Su misión: recibir denuncias sobre vulneración de derechos.

Ciudad con historia

En junio de 2004, la maestra Ana Pandolfi fue condenada a siete años de prisión por abusar de cuatro alumnas del colegio Divino Rostro. El fallo, con repercusión nacional, avaló el relato de las niñas.

Pero no fue el único que puso a Mar del Plata en el centro de la escena: para ese entonces, el profesor de Educación Física Fernando Melo Pacheco ya estaba en la mira de la Justicia, acusado de abusar de alumnos del jardín Nuestra Señora del Camino.

El 26 de marzo de 2006, el Tribunal Oral Criminal N° 1 absolvió al docente y disparó el debate: ¿los chicos mienten? Es que el fallo se basó, en parte, en la teoría de la co-construcción de memoria, según la cual los recuerdos de los niños pueden ser contaminados por el de los adultos. Para Gordon, eso es una falacia: "Los chicos pueden mentir con relación a cosas que ellos desean, como decir que vieron al Hombre Araña. Pero los chicos no desean tener relaciones sexuales con adultos. Por lo tanto, no mienten con relación a estos temas".

En los últimos cuatro años, ANA trató 640 casos, de los cuales cuatro fueron a juicio y sólo dos tuvieron condenas. "Sabemos que el 98 por ciento de las causas se archiva, y esto genera mucha frustración", lamenta Echarri.

El problema es que a la Justicia se le torna difícil hallar pruebas. "Creo que falta avanzar mucho más reflexiona Gordon porque cuando alguien roba, el delito es comprobable, hay pruebas materiales. En cambio, cuando se produce un abuso la materialidad del hecho está en los efectos psíquicos que los chicos nos muestran. Por eso, lo más importante para saber si hubo abuso es el relato de la víctima. Y poder analizar ese relato con pautas científicas".

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