viernes, 4 de octubre de 2013

''La gente de Villa Evita vive en condiciones inhumanas''.

No tiene cloacas, ni agua corriente. Está rodeado por lagunas de desperdicio. No entran taxis, remises o ambulancias. Doce familias se fueron por el temporal. Aún quedan más de 350. 


Entre el sábado y el martes cayeron sobre Mar del Plata casi cien milímetros de agua y hubo vientos constantes que alcanzaron los 70 kilómetros por hora. Para ser precisos, fueron 96 milímetros de lluvia en 96 horas. En buena parte de Mar del Plata, el temporal ya es una anécdota pero en Villa Evita obligó a 12 familias a escapar del barro, el agua y la miseria. A huir con su miseria a cuestas.

Villa Evita es un asentamiento ubicado entre las calles Soler, San Salvador, Udine y Magnasco, al suroeste de la ciudad. Allí, a la vera de la vía por la que pasaba el tren que llegaba a Miramar, viven de forma permanente alrededor de 400 familias, aunque la cifra podría ser mayor: un plan de urbanización del sector aprobado por el Concejo Deliberante hace tres años preveía, entre otras medidas, el relevamiento de las personas que ahí residían pero eso nunca avanzó. Ni el censo ni la extensión de los servicios básicos.

Así, la mayoría siguió viviendo en casillas de madera, chapa, cartón y telgopor; con pisos de tierra, sin agua corriente, en medio de basurales a cielo abierto y sobre las márgenes de una laguna de desechos que emana la firma Materia Hermanos al generar ácidos y productos químicos a gran escala. De ahí se fueron el lunes, con lo puesto, 78 personas: 25 adultos y 53 chicos que esperaron en las instalaciones del Centro Integrador Comunitario del barrio El Martillo que el clima mejorara, el agua por fin se escurriera de las calles y las paredes se secaran para poder volver. Se fueron solos, con la única ayuda de la organización social "15 de Enero".

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Graciela lleva en los brazos un gurí de ojos grandes: uno de los dos nietos que tiene a cargo. Ellos fueron los únicos que se quedaron en la casilla de Vértiz y la vía, un refugio de paredes hechas con cartones de distintos tamaños por las que no se filtra ni un rayito de sol, pero sí el agua. En pocos metros está el baño, una habitación y una cocina convertida en un nuevo dormitorio para su hija y una beba que nació a los seis meses de gestación y que el lunes, cuando el viento les arrancó parte del techo, tenía apenas tres días de vida.

-Ella estaba en el Monte Terrabusi pero le dije que viniera, allá era peor-, explica.

Los espacios todavía huelen a humedad y el piso es una alfombra de barro. Pero Graciela se rehúsa a abandonar su morada. Dice que se queda porque alguien tiene que hacerlo; porque eso, al fin de cuentas, es lo único que tiene.

En el mismo terreno, en una casilla de las mismas características, vive su otra hija con su marido y dos bebés. Soledad no puede caminar y por eso se quedó pese a que el temporal les inundó el hogar: hace dos meses, cuando hervía agua para hacerle vapor a uno de sus hijos, tras un movimiento torpe, la olla se le volcó encima.

-Le estoy cuidando la lastimadura con suero y gasa pero no se cura más- cuenta su marido, un muchacho que hasta hace algunos minutos intentaba poner en marcha el Citroen destartalado con el sale a cartonear, única fuente de ingresos de esta familia. La herida, lejos de mejorar, tiene el aspecto de las primeras horas.

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En Villa Evita la red de agua potable es una cañería de no más de 600 metros y los pozos ciegos son bocas negras de desechos, a veces, tapados por chapas o maderas.

Al asentamiento no ingresan taxis, remises ni ambulancias por la estrechez y mal estado de las calles. Por esta situación, la semana pasada casi ocurre una tragedia: una mujer debió correr cientos de metros con su hijo en brazos hasta encontrar quien pudiera sacarle una moneda que se había tragado y que le impedía respirar.

La electricidad se comparte a través de tendidos precarios, de cableríos que están al alcance de la mano de cualquiera, más aún después de la sudestada.

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Gastón es, casi siempre, blanco de las bromas de sus vecinos. Le dicen que no se queje, si él tiene una casa con vista al arroyo y si bien eso esconde algo de verdad, dista mucho de ser motivo de orgullo. El arroyo del que hablan es, en rigor, una corriente de aguas servidas, de efluentes cloacales, de mierda que proviene de las instalaciones del Estadio Mundialista. Un estanque de agua inmunda rodeada de yuyos, pañales, zapatillas, gomas, maderas, botellas y restos de comida podrida que se ve desde la esquina de Ingeniero Ratery y Magallanes.

Con lo que junta por lavar vidrios en los semáforos y cuidar coches en las inmediaciones del Polideportivo, Gastón mantiene a una multitud: tiene seis niños de entre 1 y 6 años, y junto a Valeria, su compañera, esperan la llegada del séptimo.

Él y su familia habían soportado dos días seguidos de lluvia permanente cuando el lunes a la tardeEliseo, integrante de los "Sin techo", los fue a buscar. Entonces, sin mucho que pensar, cargó a Valeria y a los chicos en una camioneta y los mandó a pasar la noche al CIC de El Martillo. Él se quedó a ver cómo podía atar las maderas de su casilla para que las pérdidas no fueran mayores.

-Ahora estoy tratando de conseguir alguna chapa, algo, porque uno de mis nenes tiene problemas de corazón y a otro le agarran convulsiones. En el Materno me dijeron que lo tenemos que operar y que no podemos tenerlo acá, así, pero en Desarrollo Social nos dijeron que si no tenemos certificado por discapacidad, no pueden hacer nada por nosotros. A veces pienso que están esperando que mi hijo se muera, ¿vio?.

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